martes, 11 de febrero de 2014

Los actores y cómo son percibidos por la sociedad

      Todo padre quiere lo mejor para sus hijos, quiere que, cuando crezcan y llegue el momento de valerse por sí mismos, puedan hacerlo de manera "segura". Por ésta razón tantos padres se vuelcan de alegría cuando sus vástagos se deciden por carreras como medicina, leyes, administración entre otras favoritas de la gente.
      Ésto no termina aquí, ya que en un futuro, en cualquier reunión social, cada que encontremos a uno de éstos profesionistas, aprovecharemos el encuentro para hacerle consultas, que no generen honorarios, y salir de todas nuestras dudas legales, confirmar que las decisiones presupuestales tomadas sean las correctas, recibir asesoría en el manejo de nuestra computadora o teléfono o, en el caso más frecuente, aliviar nuestras dolencias físicas.
     Pero ¿qué pasa cuando encontramos, en dicha reunión, a un actor? ¿Qué se les pregunta? Nada, absolutamente nada. No saben cómo conversar con uno. Como mucho dirán, "¿en serio? Órale, ¡qué bien!", quizá muestren interés por saber si estás presentando una función en el futuro próximo o, en el peor de los casos, te hacen la pregunta imposible de contestar "¿qué obras has hecho?"; como si conocieran muchas obras con solo mencionar sus títulos.


      De ninguna manera pretendo decir que sea culpa de ellos, no saben cómo conversar con los actores (con ningún artista, siendo sinceros) porque no ven ninguna utilidad para nuestra profesión, no encuentran ningún beneficio en alguien como nosotros, no nos ven como alguien digno de emular. Pero entonces, ¿cómo nos ven?
      Todos saben que la naturaleza de nuestro arte es la creación de una ficción, creernos ser personas que no somos, que estamos en otro lugar que no es un foro teatral y que nos están pasando cosas que, en realidad, solo estamos pretendiendo. En pocas palabras, nuestro trabajo es hacer lo mismo que los niños hacen cuando juegan con sus juguetes o a los "policías y ladrones", asimilar como verdad aquello que sabemos que es mentira. Por lo tanto, no es de extrañar, que la impresión que demos a muchas personas ajenas al quehacer escénico, sea la de unos infantiles e inmaduros seres que hacemos lo impensable por aferrarnos a nuestra época de juegos.


      Desgraciadamente no es la peor imagen que despertamos. Aquellos con conocimientos, aunque sean básicos, de psicología, pueden llegar a ser más drásticos. Recordemos que somos vistos como personas que pretendemos ser otros; vemos con la mayor veracidad que los demás son otros seres que, sabemos de antemano, no lo son; incluso llegamos a sentir emociones reales en base a situaciones inexistentes. Tenemos todas las señales de un padecimiento esquizoide. Es decir, no somos niños, estamos locos.


      Hay quienes en realidad se sienten interesados por nuestra profesión... o, al menos, por aquello que ellos creen que es la actuación. Sin embargo, éste grupo tiende a confundir nuestra actividad con la farándula. Embarullados por los reportajes de espectáculos, tienden a pensar que ésa es la verdadera vida de los actores. No quiero decir que aquellas famosas estrellas del cine y la televisión no son en realidad actores, sin embargo, no es lo mismo la actividad actoral que su vida pública y ésta última es la que la gente tiene presente. Por dicho mal entendido, damos la imagen más triste de todas, la de seres banales y ególatras, con escasez de seso.
     Pueriles, desconectados de la realidad y con severos problemas de autoestima, con tan pobre aceptación social y, afrontémoslo también, tan escaso ingreso monetario, ¿por qué habemos personas que decidimos dedicarnos a éste arte y enfrentarnos a tan cruel destino? Simplemente porque nos hace feliz. Porque no podríamos vivir haciendo otra cosa. Somos teatreros, digámoslo con orgullo.


Guillermo Herrera

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