viernes, 21 de marzo de 2014

Artista y público, binomio simbiótico.

     Todos aquellos que nos dedicamos a la creación de obra artística, sin importar a qué arte nos dediquemos, tenemos algo en común, pasamos años preparándonos, aprendiendo técnicas, desarrollando las habilidades necesarias para hacer aquello que amamos. Y, por regla general, el proceso creativo es suficiente para hacernos felices. Sin embargo, la creatividad en sí misma no es suficiente para subsistir. Nos guste o no precisamos vender nuestra creación para obtener recursos para vivir y seguir creando. Es en éste punto donde se ponen los verdaderos bemoles de nuestra actividad.
        No voy a hablar sobre las personas que, en pleno siglo XXI siguen aceptando la romántica idea de que, para que el arte pueda ser llamado así, debe crearse sin aspiraciones monetarias. Por muy respetable que sea su punto de vista yo, como muchos de nosotros, tengo la necesidad de comer para vivir y no creo que buscar ganar dinero con lo que sé hacer sea, necesariamente, "prostituir mis habilidades artísticas".
        No sé si comparten mi experiencia pero a mi me ocurrió que, al salir de la escuela y enfrentarme a la actividad profesional, me quedé con un enorme signo de interrogación en el rostro, ¿ahora cómo le hago para ganar dinero? ¿Ahora como vendo mi producto?


        Ésa es la palabra clave, me parece, vender. El arte, como cualquier otra actividad humana, está sujeta a las reglas de la economía de mercado. Siempre habrá alguien que lo desarrolle mientras exista otro que desee adquirirlo. ¿Por qué, entonces, es tan difícil encontrar a ése comprador?
      Les compartiré la conclusión a la que me he llegado, el arte no tiene ninguna utilidad práctica. No podemos comerlo, no podemos abrigarnos con él, no nos proporciona estatus (hay algunos que sí lo usan para ello pero, por lo general, resultan ser unos pomposos "coleccionistas").
         Lo anterior no quiere decir que el arte sea inútil, cualquiera que ya haya sido "picado por el bicho de la estética" te puede asegurar que ser público recurrente le produce un placer, le ha cambiado la vida.
Aún así, ¿cómo le das a entender un intangible a alguien que no lo conoce?
      Existen intentos, todos podemos ver como hay maestros que, en su búsqueda por inculcar el amor al arte a sus educandos, los arrastran a teatros, galerías y salas de conciertos. Pero, ¿es suficiente? Pensando un poco más pesimista, ¿funciona?
       Existen muchas historias de personas, artistas, que relatan cómo ésa primera vez que fueron al teatro, de la escuela o con sus padres, se despertó en ellos algo hasta esos momentos desconocido. Sabían, en ese momento, que habían encontrado su destino. Por muy hermosos que resulten éstos relatos, debemos aceptar que la realidad nos manda que la mayoría de las personas no funcionaremos de esa forma, no todos tenemos la fortuna de enamorarnos del arte de forma tan fortuita. Sin embargo, todos tenemos la capacidad de sentir, ya sea como público o creativo, afinidad al arte.
       De entrada, un muchacho cuyos padres no lo acercaron a las.artes durante su tierna infancia, tienen muy pocas posibilidades de desarrollar una afición por el mismo. Entonces, ¿es completamente inútil el esfuerzo de los profesores? Me niego a pensarlo así, aunque sí creo que es deficiente.
     Mis conclusiones las obtengo de analizar la respuesta de mis compañeros y amigos de escuela. Todos fuimos a ver las mismas exposiciones, los mismos conciertos, las mismas funciones de teatro y danza; aún así, sólo yo me dedico a ésto. Peor aún, cuando empecé a trabajar profesionalmente e invitar a mis ex compañeros a mis funciones, llegué a recibir la respuesta, "a mí no me gusta el teatro. Iba porque nos obligaban". Difícilmente la respuesta de alguien que ha visto más de una decena de obras, ¿cierto?
     Ver teatro, escuchar música, leer etc. es importante. Nadie puede hacerse público del arte sin estar expuesto constantemente al mismo. Sin embargo, eso no es todo. El arte es una actividad social, es una cultura que se genera mediante la interacción con los demás. Lo más rico y emocionante de ir al teatro no ocurre al estar sentado disfrutando de la obra, sino después, al estar con los amigos, la familia, tomando un café e intercambiando experiencias, platicando lo que a cada quien le gustó o no del trabajo que presenciaron. 
      Hay que hacerle saber a la gente que, sea la primera vez o la enésima que presencia un trabajo artístico, su opinión es importante y válida. No se necesita ser experto para tener un gusto, ése se tiene por aquello que conoces y se desarrolla y hace más exigente mientras veas más cosas. Quitémosle el velo de snobismo al arte. El arte es para todos.
      La próxima vez que veas a un muchacho de secundaria en una galería, haciendo malabares para sostener su cuaderno y escribir sin tropezar, copiando la información que viene en los tarjetones bajo el cuadro, acércate y platica con él sobre la obra que están viendo. Es cierto, existe una enorme posibilidad de que te manden al diablo por metiche, pero también puede ser que logres tocar y sacar del letargo a un futuro público del arte. Si tu disfrutas ésta actividad, compártelo con el mundo.

Guillermo Herrera

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