martes, 1 de octubre de 2013

¿Por qué hacemos teatro?

      Técnica vocal, entrenamiento físico, análisis de textos, historia del arte, apreciación, son las materias básicas que cualquier actor, que acuda a una escuela, toma para convertirse en "alguien apto para subirse a un escenario". Un montón de conocimientos técnicos nos son enseñados y, con eso, piensan que estamos listos para salir a enfrentarnos al público.
     No me lo tomen a mal, no estoy diciendo que dichas materias, dichos principios técnicos, no sirvan. Sin importar el talento que una persona pueda tener, sin técnica no va a poder ser un buen actor. Todos los que nos atrevamos a pisar un escenario necesitamos tener conocimientos que nos permitan proyectar nuestra voz, ser escuchados; pararnos en el escenario, ser vistos; comprender y expresar un texto, conectarnos con el público. Es por eso que las escuelas hacen hincapié en enseñar a sus educandos ésa currícula. Sin embargo, la técnica, por sí sola, no forman a un actor.
     Hay una discusión, a mi punto de vista, muy importante que, desgraciadamente, es evitada en la mayoría, por no atreverme a decir que en todas, las escuelas de teatro, ¿por qué hacemos teatro? ¿Cuál es la finalidad principal de nuestro arte?
     Muchas respuestas se han dado a dicha cuestión. Crear arte, engrandecer el espíritu humano, enseñar cosas nuevas, llevar esperanza a los demás, cultivar y educar entre muchas otras visiones. Por muy respetables que sean todas éstas formas de pensar, me atrevo a diferir, no me gusta la posición en que ponen al público.
     Si analizamos con detenimiento todas las respuestas tienen una forma común, ponen al actor, al artista ejecutante, por encima del público el cual, pobre e inculto cual es, tiene que recurrir a nosotros para cumplir su formación.
     La postura que defiendo respecto a ésta cuestión es simple, nuestra función primordial es ENTRETENER. Sé que suena simple y mundano, no tiene el caché de otros razonamientos, sin embargo, le da un lugar privilegiado al público dentro de nuestro quehacer.
     Veo con buenos ojos que los creadores decidan poner ímpetu en las cuestiones estéticas y elevar nuestra actividad a niveles artísticos. Me parece muy bien que se preparen intelectualmente para llevar, dentro de su espectáculo, conocimientos de interés. Pero lanzo una pregunta, ¿quién quiere salir de la comodidad de su hogar, desplazarse a un foro y pagar un boleto de entrada para sentarse en un salón de clases glorificado? Si la gente deseara de sobremanera que su espíritu se engrandeciera, los templos estarían llenos diario, no solo los días de guardar. La realidad, creo yo, es otra, la gente quiere divertirse.
     Ahora bien, no confundamos la diversión con el típico chiste facilón del pastelazo, no creo que la gente quiera ser tomada por idiota. Debemos buscar entretener a las personas respetando su inteligencia, contándoles historias que los saquen de su realidad cotidiana, montando los espectáculos escénicos buscando que la imaginación sea excitada a trabajar. Después de todo, en las palabras del magnífico Peter Brook, "la imaginación es un músculo que disfruta trabajando". Ésa es la forma de entretener a las personas, mientras creamos arte y cultivamos a los asistentes.
     Mi propuesta es cambiar el foco de atención de nuestros montajes, al momento de su creación. Estamos tan acostumbrados a trabajar pensando únicamente en nosotros, en lo que sentimos, en cómo nos vemos y oímos; que dejamos de lado el pensar en el público. ¡Y aún nos sorprendemos de que los foros locales se encuentren vacíos!
     El público no se acerca a la taquilla y compra un boleto para admirarnos, para aplaudirnos y hacernos dignos de adoración divina. La gente va a al teatro y, al comprar su boleto, nos está contratando, está confiando en nosotros para sacarlos del tedio diario, hacerlos olvidar sus problemas rutinarios y ayudarlos a sentir, imaginar, entretenerse. Ésa es una labor ardua y digna. Debemos asumirla con responsabilidad.


Guillermo Herrera

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