lunes, 4 de agosto de 2014

Fin de semestre. Nuevos proyectos.

      Cierre de semestre, entrega de trabajos finales, exámenes prácticos. Así fue mi semana anterior. Ésa es la razón por la que no pude darme el tiempo de escribir una publicación.
     Todas las actividades finales me dejaron una gran enseñanza. Debo reconocer que, desde que decidí aceptar mi primer trabajo de profesor de actuación, hace 7 años, he aprendido mucho de la actuación, mediante la interacción con los alumnos.
      Precisamente esto es lo que despertó la idea que me llevó a escribir ésta publicación. Todo ocurrió en la última clase que tuve con un grupo de jóvenes el pasado sábado.
     Como ejercicio los "reté" (en mi opinión la mejor forma de avanzar y ponerse en perspectiva respecto a dónde se encuentra uno como actor) a presentar una pequeña escena en parejas. Para dicha muestra debía seguir unas reglas muy claras: un personaje debía estar en escena haciendo algo, alguna acción de su elección; el segundo personaje entraba a escena a realizar una acción y se topaba con el primero; ambos debían conocerse de antaño, tener una relación estable la cual, por causas de un suceso reciente, había cambiado para siempre (sin importar si para mejor o rumbo a su destrucción); los actores podían usar solamente 4 diálogos, un saludo de cada personaje y sus respectivas despedidas; el público debíamos tener claro quiénes eran, dónde estaban y qué había ocurrido entre ellos. Un interesante ejercicio que les recomiendo probar.
     Los jóvenes entusiastas se pusieron manos a la obra, presentando unos muy buenos ejercicios. Entre ellos hubo uno que llamó especialmente mi atención, no sólo por su calidad, sino por lo que me dio a pensar en los días subsecuentes.
     Les describo la escena: una muchacha esta sentada a una mesa, leyendo un libro. Entra un joven. Se sienta a la mesa, enfrente de su compañera y la saluda. Ella responde el saludo. Después de un breve intercambio de miradas (breve pero muy significativo, lamentablemente tendrían que haber estado presentes para notarlo) empiezan a reír, agachando sus cabezas, ocultándose con sus libros, compartiendo su risa exclusivamente con su compañero de escena. Ella recibe un mensaje. Saca su celular. Lo mira, después sube la miraba para ver a su compañero. Vuelve a mirar su celular y se gira en la silla, dándole un costado a su compañero, para escribir al teléfono. Él pierde la sonrisa. Toma sus cosas, se levanta y se despide. Sale sin voltear a verla. Ella lo sigue con la mirada y se despide.
    Una vez terminado el ejercicio pasamos al momento en que sus compañeros iban a compartir sus observaciones con ellos. Aquí es donde las cosas se pusieron interesantes, amén de la gran escena que habíamos presenciado. Los muchachos dieron sus interpretaciones sobre la escena, argumentaron puntos importantes aunque, casi todos, estaban completamente confundidos con las acciones al teléfono. Yo di mis impresiones de último. Comencé aceptando que, podría ser únicamente proyección, pero que creía entender la intención de los actores. Les describí mis observaciones y, para mi fortuna, estaba en lo correcto en todo lo que dije. Un par de compañeros que, por alguna razón habían sucumbido a las "bajas pasiones" que sus hormonas les indicaban, se encuentran al día siguiente, aún entusiasmados por sus acciones convertidas en su nuevo secreto. Al teléfono estaba el novio de la muchacha quien, para pena de su compañero, se decidió por continuar con su relación en lugar de aventurarse con dar un paso más con su, hasta ese momento, amigo.
      Al momento de terminar mi explicación, una alumna me dijo, a modo de broma,  que siempre me había pasado aquello que ellos actuaban. Dicha afirmación, en adición al hecho de que no comprendía cómo ninguno de los muchachos había fallado en deducir una historia tan simple y bien contada, me llevó a reflexionar al respecto y terminar por escribir éste artículo.
     Una de las razones por las que nadie atinaba era que todos son de la mitad de mi edad (ellos son muy chavos, no es que yo sea muy viejo) y, por tanto, hay ,muchas cosas que todavía les falta por vivir.
En todos los libros de técnica se deja en claro que la interpretación de un actor se ve limitada, entre otras cosas, por su edad y experiencias de vida. Sin embargo, por muy lógico que resulte, en ningún sitio he encontrado referencia a que la edad y referentes de la audiencia sean determinantes para la eficacia de un montaje teatral. Lo repito, es lógico y congruente, pero todos lo damos por sentado.
    Quizá porque, al menos en apariencia, no hay nada que nosotros como creativos podamos hacer al respecto, si el público no puede entender lo que hacemos ni modo, ¿cierto? Es decir, es imposible que nosotros les demos los conocimientos necesarios a través del Bluetooth o que les preguntemos a la entrada al teatro, como requisito de admisión, si ya leyeron el Quijote o están al tanto de los últimos avances en materia de medicina celular. Es imposible que seleccionemos a nuestra audiencia basados en su educación... además de tratarse de una acción discriminatoria.
       Pero entonces, ¿qué podemos hacer al respecto? ¿Sirve de algo conocer ésta limitante?

     Sirve y, de hecho, es esencial conocerla, pero no para que afecte nuestro proceso creativo, sino para desarrollar adecuadamente una estrategia de promoción y distribución de nuestro trabajo. 
Cuando terminamos un montaje estamos inclinados, ya por ansia de mostrar nuestras habilidades, ya por interés económico; a ser vistos por todo mundo. Diseñamos una imagen atractiva pero genérica, sin pensar en las personas a las que pretendemos hablar. Pegamos posters en todos lados que se nos permita, sin asegurarnos que puedan verlos aquellos a quienes en realidad les vaya a interesar nuestro montaje. Publicamos en las redes sociales e invitamos a todos nuestros contactos, sin importarnos su edad, gustos, es decir, sin importarnos por ellos.
     Esta técnica, aunque pueda parecer una buena idea en un principio e incluso logré llenar nuestros auditorios de gente dispuesta a ver nuestro montaje, va a tener su lado oscuro. Vamos a terminar presentando una obra a personas que no conectarán con la misma y, muy posiblemente, no te vayan a dar una segunda oportunidad. Es decir, por no pensar en el público al que vas a dirigir tu trabajo, puedes terminar por perder una gran cantidad de audiencia.
      Obviamente, no vamos a poder evitar que alguien, no apto para nuestro mensaje, llegue a ver el montaje. Y se va a aburrir de lo lindo. Pero sí podemos limitar que éste fenómeno ocurra, si empleamos las adecuadas técnicas de mercadotecnia. Claro, la labor de los profesionales en técnicas de mercadeo es cara, muy útil, pero, muchas veces, fuera de nuestras posibilidades económicas. Aún así, deberíamos pensar una estrategia, por muy básica y elemental que ésta sea, para atraer a la población indicada. A futuro, nuestra empresa teatral se verá beneficiada y el público recibirá un montaje que en realidad le hable a él.

Guillermo Herrera

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